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martes, 5 de mayo de 2009

María, transparencia de Dios



Entre las muchas palabras

que el Padre pronunció

en su Creación,

hubo una del todo singular.

 

No podía ser tanto objeto del intelecto

como de la intuición,

no tanto esplendor de sol divino

cuanto sombra suave y tibia,

cual nubecilla solícita y blanca

que templa y adapta los rayos del sol

a la capacidad visual del hombre.

 

Estaba en los planes de la Providencia

que el verbo se hiciera carne,

que una palabra, la Palabra,

se escribiera en la tierra con carne y sangre;

y esta Palabra necesitaba un fondo.

 

Las armonías celestiales

ansiaban, por amor a nosotros,

trasladar su concierto único y solo

bajo nuestras tiendas:

y precisaban un silencio.

 

El Protagonista de la humanidad,

que daba sentido a los siglos pasados

e iluminaba y encauzaba tras de sí los siglos futuros,

debía aparecer en la escena del mundo,

pero le hacía falta una pantalla blanca

que le diese a Él todo el relieve.

 

El mayor designio que el Amor-Dios

pudiese imaginar

tenía que trazarse majestuoso y divino,

y todos los colores de las virtudes

debían estar aderezados y preparados en un corazón

para servirle a Él.

 

Esta sombra admirable

que contiene el Sol,

que ante Él se rinde y en Él vuelve a encontrarse;

este fondo blanco,

inmenso como una sima,

que contiene la Palabra, que es Cristo,

y en Él se abisma

como luz en la luz;

este altísimo silencio

que ya no calla

porque en él cantan las armonías divinas del Verbo

y en Él se convierte en nota de las notas,

como el “la” del eterno canto del Paraíso;

este escenario majestuoso y bello como la naturaleza,

síntesis de la belleza

prodigada por el Creador en el universo

-pequeño universo del Hijo de Dios

que ya no se observa,

porque cede sus funciones y su interés

a Quien tenía que venir y vino,

a Aquel que tenía que actuar y actuó-;

ese arco iris de virtudes

que dice “paz” al mundo entero

porque dio la Paz al mundo;

esa criatura

ideada en los abismos misteriosos de la Trinidad


y que se nos dio,


era María.

 

De Ella no se habla:

se le canta.

 

En Ella no se piensa:

se la ama e invoca.

 

No es objeto de estudio,

sino de poesía.

 

Los mayores genios del universo

han puesto el pincel y la pluma

a su servicio.


Si Jesús encarna al Verbo,

al Logos,

a la Luz,

a la Razón,

Ella personifica el Arte,

la Belleza,

el Amor.

 

Obra maestra del Creador,

María,

por la cual el Espíritu Santo

ha descargado todas sus invenciones,

ha derramado muchas inspiraciones suyas.

¡Hermosa María!

De Ella nunca se hablará bastante.

Chiara Lubich

 

Himno compuesto en el verano de 1959 durante unas vacaciones estivales transcurridas por la comunidad naciente de los Focolares en Fiera di Primiero (Alpes Dolomíticos, Italia). Las muchas personas que pasaron por este pueblecito, reunidas por el vínculo de la caridad, daban vida, como en años anteriores, a una pequeña ciudad temporal que tomaba su nombre de María: la Mariápolis.

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