Búsqueda personalizada

martes, 24 de septiembre de 1996

María madre, en la Obra de María

… Así nos pareció comprender que se podía realizar para nosotros lo que Pablo VI diría más tarde en una oración dirigida a María: “… enséñanos… a ser inmaculados como lo eres tú”.

         Nos atrevíamos a pensar que se realizaría en nosotros como grupo lo que luego leímos en Montfort de ciertas personas que se entregan a María: “… el principal [efecto] es hacer que de tal modo viva María en un alma de la tierra, que no sea ya más el alma la que vive, sino María en ella; porque, por decirlo así, el alma de María viene a ser su alma”.

         Y comprendimos que el designio de Dios sobre nuestro grupo y, por consiguiente, sobre el Movimiento naciente, era revivir en cierto modo a María.

         Y también cada uno de nosotros se veía como una pequeña María, semejante a ella, como una hija que tiene únicamente los rasgos de su madre. Recuerdo que entonces yo misma había mirado por primera vez a la Madre, María, con mirada de hija, pero de una hija que ve en su Madre el molde de sí misma. Y me pareció haber intuido lo que podía sentir el corazón de la Madre viéndose en cierto modo a sí misma en nosotros.

         Esta impresión me conmovió durante mucho tiempo.

         Y sentimos por primera vez, y de una manera que no podremos olvidar, que María era nuestra madre. Nos sucedió lo que había dicho santa Teresa de Lisieux siendo aún niña: “comprendí […] que yo era su hija; y que, entonces, yo no podía darle ya otro nombre que el de “mamá””.

         Es más, esta convicción que floreció allí fue tan fuerte para nosotros que sentíamos lejana a nuestra madre terrena, como cualquier otra mujer del mundo. María había ocupado su puesto. María era, como dice Juan el Geómetra, “madre de todos y de cada uno, más madre que nuestras madres”.

Chiara Lubich

 (María, transparencia de Dios)

Seguir leyendo...
     vida
Subir Bajar