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lunes, 20 de julio de 2009

una historia del tiempo III


Erase una vez, hace más de más de 4500 millones de años, una gigantesca nube de gas y polvo colapsó en su centro para formar el Sol, los planetas, los asteroides, los cometas, la Tierra y todo el sistema solar.

Erase una vez, hace 4500 millones años, había una nube de polvo y el gas, que orbitaba en torno al futuro Sol, los átomos y pequeñas moléculas, cargados por el rozamiento entre ellos (haciendo saltar electrones), llevaban muchos millones de años atrayéndose (por las fuerzas electrostáticas así generadas) y agrupándose poco a poco en racimos cada vez más grandes, cuando se hubieron agrupado en pedazos de materia de alrededor de 1km de diámetro, en las cercanías del futuro Sol (los elementos más metálicos y rocosos), la gravedad hizo que estos pedazos comenzaran a actuar como aspiradoras gigantes, moviéndose en torno al Sol, fueron absorbiendo material del disco de polvo y gas, hasta que no quedó nada que consumir. Dicen que durante este proceso, que duró unos 3 millones de años, se formaron alrededor de 20 planetas interiores, mientras en los planetas exteriores (que necesitaron acumular mucha más materia, para que la gravedad comenzase a actuar), la carrera por ver que pedazo de materia crecía más, hizo que Neptuno creciera hasta ser ligeramente más pequeño que Jupiter, y tuvimos suerte con ello pues de otro modo la gravedad de dos Jupiter hubiese arrastrado a los planetas interiores. Cuentan que durante los 30 millones de años siguientes las colisiones entre los diferentes cuerpos del sistema solar fueron frecuentes, hasta reducir el número de planetas y cuerpos, orbitando en torno al Sol.


El futuro planeta llamado Tierra, un superviviente de la aniquilación de la veintena de planetas, orbitaba en torno al futuro Sol, a una temperatura de unos 4700 grados, calentado por las colisiones con otros cuerpos, los materiales de la futura Tierra se fundieron, los materiales más pesados, como el hierro, se hundieron hasta llegar al centro de la esta, mientras que los materiales más ligeros y los gases quedaron en la superficie y formaron la atmosfera, respectivamente. El núcleo de hierro fundido de la tierra al girar sobre sí mismo (debido a las corrientes eléctricas en el metal fundido) generó el campo magnético, que dura hasta hoy. Al formarse el Sol y comenzar la fusión en su núcleo, un enorme huracán con billones de partículas cargadas, procedentes del viento solar, se precipitaron sobre la futura Tierra a una velocidad de más de 1 millón 600000 km/h, por suerte el recientemente formado campo magnético de la futura Tierra hizo de escudo, como lo hace hoy en día, protegiendo así la débil primera atmósfera. Por entonces, Marte, vecino de la futura Tierra, de 1/3 del tamaño de esta, también tenía un campo magnético, que con el tiempo ha perdido, piensan que al solidificarse el núcleo, permitiendo así que los vientos solares erosionasen la atmosfera y la superficie, convirtiéndolo en una tierra yerma.

Dicen que hace unos 4460 millones de años ocurrió el mayor cataclismo que ha vivido nunca la Tierra, un planeta llamado Tea, de un tamaño de al menos la mitad de la Tierra (6500 km de diámetro), se precipitó sobre la futura Tierra, a una velocidad de unos 43200 km/h, llenó completamente el cielo de la futura Tierra para finalmente colisionar con esta oblicuamente, formando un ángulo de unos 45grados. El impacto fue cegador, se fundió la totalidad de la primitiva Tierra, gran parte de los materiales rocosos se vaporizaron y una gran cantidad de materiales y escombros procedentes de los dos planetas saltaron al espacio para posteriormente formar un anillo entorno a la joven Tierra. El terreno de la joven Tierra permaneció fundido durante miles de años, más tarde un fragmento de los desechos tuvo suficiente tamaño como para que la gravedad hiciera que fuera absorbiendo todas las rocas y el polvo del anillo y este material fue lo que formó la Luna, que en un principio estaba 15 veces más cerca que hoy, la Luna llena, entonces, debió ser sobrecogedora.

Creen que fue la colisión con Tea, lo que provoco el desplazamiento de la Tierra sobre su eje, haciendo que esta oscile al modo de una peonza antes de pararse (con una inclinación de 23,5º), es esto lo que provoca las estaciones en la Tierra (que no las hay en otros planetas como Mercurio), si no fuera así, en todas las partes de la Tierra habría 12 horas de luz y 12 de oscuridad, los polos quedarían sepultados en un crepúsculo helador y el ecuador se cocería en el incesante calor. Y además dicen, que gracias a la Luna, esta inclinación de la Tierra sobre su eje, se mantiene y se mantiene estable, si no existiera la Luna la inclinación de la Tierra podría oscilar caóticamente entre 0º y 90º, provocando cambios bruscos en la distribución de la luz solar y desestabilizando el clima y los periodos de tiempo sobre la Tierra, volviéndolos extremos y caóticos (Marte, por ejemplo, no tiene tanta suerte y su inclinación sobre su eje varía más que en la Tierra).

Cuentan que durante la formación de la Tierra y la luna, la parte más interna del sistema solar estaba muy seca, las primeras reservas de agua estaban a 257 millones de km de distancia, en la parte externa del cinturón de asteroides, lejos del calor del sol las moléculas de agua se congelaron en los meteoritos, compuestos de materiales porosos y arcillosos, y en los planetas externos, si en la Tierra primitiva había agua, dicen, que esta sería muy escasa.

Pero, hace unos 3900 millones de años, ocurrió el cataclismo Lunar; Jupiter y Saturno se atraían cada vez que sus órbitas se acercaban, en general estas fuerzas se anulaban, pero en un momento, hace 3900 millones de años, cuando Jupiter giraba alrededor del Sol al doble de la velocidad de Saturno, se produjo la resonancia de dos frente a uno entre ellos, se empezaron a mover lateralmente y a agitarse, las fuerzas gravitatorias de los dos planetas, en lugar de anularse, tomaron la misma dirección provocando que sus órbitas crecieran hasta donde se encuentran hoy, esto produjo un desequilibrio en todo el sistema solar, haciendo que Urano y Neptuno se volvieran locos, sus órbitas comenzaron a cruzarse, la fuerza de la gravedad los atraía y de pronto uno acaba en el exterior, mientras el otro se veía arrastrado al interior, incluso llegando a girar en torno a Jupiter y Saturno, este desequilibrio afecto sobre todo a los asteroides que cambiaron sus órbitas, miles de ellos fueron desplazados al exterior mientras otros miles eran lanzados hacia el Sol. Hace 3900 millones de años, más de 40000 asteroides, de la parte externa del sistema Solar, se precipitaron sobre la Tierra y la Luna (formando los cráteres de la Luna), y dicen que fue así como llego el agua a la Tierra, ya que estos asteroides, calculan, que tenían más de un 20% de agua (hoy en día hay 1232 millones de trillones de litros de agua, lo que supone que, durante el bombardeo, 6160 millones de trillones de material, procedente de meteoritos, alcanzaron la Tierra).

Durante los siguientes miles de millones de años, cuentan que la calma y el equilibrio actual fue llegando al sistema Solar, los planetas, como la Tierra iban poco a poco enfriándose, la Luna, mucho más cercana que ahora, provocaba, por su gravedad, mareas mucho mayores que las actuales (de miles y miles de metros) que bañaban toda la joven Tierra, salpicada por las fuertes erupciones volcánicas, ayudando así al proceso de enfriamiento de la superficie terrestre, al tiempo que removían todos los océanos terrestres, mezclaban y arrastraban los diferentes elementos químicos y creaban un caldo primigenio especialmente adecuado para que se formen componentes químicos cada vez más complejos. Aseguran que en el pasado, hace más de 3000 millones de años, tras la colisión de Tea con la futura tierra, la Tierra rotaba sobre si misma 4 veces más rápido, tanto que un día duraba solo 6 horas, y esta alta velocidad de rotación provocaba vientos y torbellinos de más de 1600 km/h, el clima de la Tierra venia descrito por vientos huracanados constantes, fortísimas tormentas constantes y olas de más de 3km de altura, pero el efecto de la Luna (que rotaba más despacio, alrededor de la Tierra), fue poco a poco frenando la velocidad de rotación de la Tierra, hasta que el clima se apaciguo, facilitando que formas de vida más complejas pudieran poblar el planeta.

Hace más de 3500 millones de años, cuentan que los gases de la atmosfera de la Tierra eran principalmente nitrógeno, dióxido de carbono y metano, con mares ricos en hierro de color verde, lo que daba al cielo de la joven Tierra un tono rojizo. Hace 3500 millones de años los primeros organismos vivos fotosintéticos, las algas que crean los estromatolitos, aparecieron en los océanos de la Tierra y sus bacterias comenzaron a transformar el dióxido de carbono en oxigeno, aprovechando la luz solar, una gran Luna, cercana a la Tierra, reflejando la luz solar permitió que la fotosíntesis se produjera también durante la noche.

Durante los 1000 millones de años siguientes, el oxígeno producido por los estromatolitos, hizo que el hierro de los océanos de la primitiva Tierra se oxidara, formando las formaciones de hierro en banda y haciendo que los océanos se tornaran rojizos, el óxido iba precipitándose al fondo de los océanos, convirtiéndose allí en roca. Hace 2500 millones de años, una vez se hubo oxidado todo el hierro presente en los océanos, el oxígeno comenzó a saltar a la atmosfera de la Tierra, volviendo el cielo cada vez más azul. Hace 500 millones de años, el nivel de oxigeno en la atmosfera era similar al actual.

Hace 2500 millones de años estaba surgiendo el planeta azul, nuestro hogar.

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    domingo, 19 de julio de 2009

    una historia del tiempo II


    Erase una vez, en una de los 100000 millones de galaxias que habitaban un espacio de más de 80000 billones de años luz, que vivía una estrella gigante (de unos 15 millones de km de diámetro), rodeada por 200000 millones de estrellas que habitaban esa misma galaxia, orbitando todas en torno a un superagujero negro en el centro de esta.

    Vivía esta estrella, al modo que lo hacen todas las estrellas, fusionando hidrógeno en helio en su núcleo, emitiendo una luz amarillenta y calentándose cada vez más. Llegó un día en que se acabo todo el hidrógeno de su núcleo, con lo cual comenzó a fusionar el helio, transformándolo en carbono, la estrella se volvió rojiza y creció de tamaño. La estrella continuó creciendo calentándose, principalmente en el núcleo donde sucesivamente se agotó el helio y fusionó el carbono, se agotó el carbono y fusionó el magnesio, luego le llego el turno al neón, etc. Poco a poco en la estrella se iban formando capas, con hidrógeno y helio en la superficie, carbono, debajo de estos, magnesio un poco más abajo, hasta llegar a un núcleo de silicio. Cuando el núcleo de la estrella alcanzó los 3000 millones de grados la estrella llegaba ya a su senectud, en su corazón comenzaba a aparecer ya el hierro, y esto sería su fin, pues cuando el silicio de su núcleo se hubo transformado en hierro y este hubo alcanzado la suficiente presión y temperatura, algunos átomos de hierro se rompieron en mil pedazos, separándose los neutrones de los protones y haciendo a la estrella colapsar sobre sí misma y explotar en mil pedazos.


    Cuentan que fue una explosión potentísima y grandiosa, nuestra estrella se había transformado, por un corto periodo, en una supernova bellísima, que pudo verse desde todo el espacio durante varios días, mostrando todo su esplendor y todo su poder, en esos días liberó más energía que toda la que había liberado en los cientos de millones de años desde su nacimiento hasta entonces, brillando más que una galaxia entera. Pero, tras su esplendor como supernova, quedo reducida a una densa y brillante esfera de neutrones , de tan solo 20km de diámetro aunque con una densidad de 1millón de toneladas por centímetro cúbico, que giraba frenéticamente, sobre sí misma, más de 100 veces por segundo. Nuestra estrella se transformó en un pulsar o estrella de neutrones.


    Dicen además, que, en la explosión, muchos de los elementos de las capas superficiales comenzaron a fusionarse formando todos los elementos más pesados que el hierro, hasta completar 88. Todas las capas de la estrella salieron disparadas formando una enorme nube de partículas y llegando a una nebulosa cercana. Y fue el frenesí de la luz pulsante de la estrella, que provocó un gran viento en torno que apartó rápidamente la nube de materiales que la envolvía.


    Fue en esos días que las ondas de choque de nuestra supernova, que alcanzaron a todo lo que se encontraba a 20 años luz a la redonda, llegaron también, junto con la nube de materiales, a la nebulosa cercana, haciendo que los gases y materiales chocasen y se comprimiesen.

    Durante los siguientes años, la onda expansiva recorría la nebulosa, haciendo que el gas rotara sobre sí mismo y se comprimiera, formando espirales. Una parte de los materiales procedentes de la supernova comenzaron a girar en torno al centro de una de estas espirales, donde el gas hidrógeno se iba poco a poco comprimiendo y calentando por la fricción, al contraerse la espiral e ir apartándose del resto del gas de la nebulosa, esta iba girando cada vez más rápido, para conservar su momento angular, lo que producía a su vez una mayor fricción y compresión en los gases del centro, lo que a su vez hacía que la gravedad actuase cada vez más fuerte, sobre todo en el centro, provocando una contracción cada vez mayor, lo que hacía que girase más y más rápido, más y más fricción y más y más temperatura, hasta que se formó un trozo denso de materia en el centro que se calentaba más y más por la fricción y crecía, había nacido una protoestrella.


    Un día, hace 4500 millones de años, la protoestrella, que ya tenía 1millón de km de diámetro, alcanzó los 10 millones de grados y fue entonces cuando en su centro el hidrógeno se comenzó a fusionar para formar helio, emitiendo fotones y energía en el proceso, acababa de nacer la estrella llamada Sol. En la espiral de gas y polvo fino (parte procedente de la supernova) que orbitaba entorno al Sol, hacía ya tiempo que había comenzado el proceso de acreción, al friccionar los átomos del polvo y el gas entre sí se crearon cargas electrostáticas que fueron apelotonando los átomos entre sí, formando cúmulos y pedazos de materia cada vez más grandes, cuando los pedazos tuvieron un cierto tamaño (alrededor de 1km de diámetro), comenzó a actuar la gravedad, haciendo colisionar unos pedazos con otros y formando pequeños planetesimales que más tarde llegarían a ser planetas, estaba naciendo el sistema solar.

    La gravedad ejerce igual fuerza en todas las direcciones y su efecto es siempre el de atraer masa al centro de otra masa, es por esta propiedad que puede convertir a cualquier cuerpo en una esfera, cualquier cuerpo que supere los 480km de diámetro no puede presentar otra forma, por eso todos los planetas se aproximan a la forma esférica.

    Cuentan que todos los planetas que hoy orbitan en torno al Sol, proceden del mismo disco de gas y polvo que giraba en torno a la joven protoestrella, cuando el centro del disco, colapsó para formar el futuro Sol, el resto de la materia se fue alejando y al alejarse, la materia, se fue enfriando, dado que los diversos tipos de materia se condensan a diferentes temperaturas, en el sistema solar interno, donde la temperatura era de varios cientos de grados, se condensaron los elementos metálicos, dando origen a planetas metálicos, como mercurio, 50 millones de km más hacia el exterior, la temperatura era 500grados más baja, a esa temperatura se condensan materiales más rocosos y como consecuencia se formaron los planetas rocosos, por fin 450 millones de km más hacia afuera la temperatura era lo suficientemente baja (menos de 37grados) para que se condensaran y helaran los gases y allí se formaron los planetas gaseosos y helados.

    Dicen que en el sistema solar primigenio no había mucha cantidad de roca y metal, constituían el 0,6% de toda la materia del disco, y los planetas internos no podían acumular elementos gaseosos porque hacía demasiado calor para que se condensaran, en cambio había billones de toneladas de gas y agua, lo que explica la diferencia de tamaño entre los planetas internos y los gigantes gaseosos.



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    una historia del tiempo I

    Cuentan que había una vez un punto, infinitamente pequeño que contenía el infinito, o al menos todo lo que vemos, lo que no vemos y lo que veremos.

    Y dicen que en un momento (que no es un momento, pues aún no existía el tiempo, en ningún lugar, pues aún no existía el espacio) hace 13700 millones de años, ese punto comenzó a vibrar y a expandirse, y se hizo la luz, el punto se transformó en un minúsculo alo de luz infinitamente incandescente, al tiempo que se expandía más y más a una velocidad vertiginosa, estaban naciendo el tiempo y el espacio, el espacio crecía y fluctuaba a una velocidad mayor que la de la luz. Una billonésima parte de un segundo después, el punto era del tamaño de nuestro sistema solar, pero aún no había nada, solo energía.

    Una minúscula fracción de segundo después el punto seguía su imparable expansión al tiempo que se enfriaba más y más y entonces de la energía que llenaba al punto surgió la primera materia, las primeras partículas, bosones (fotones, gluones, …), quarks (que más tarde formarían los primeros protones y neutrones), neutrinos y electrones (electrón, muón y tau, partículas, las dos últimas, iguales al electrón pero de mayor masa), junto con sus correspondientes antipartículas (antiquarks, antineutrinos y positrones), juntas vibrando y moviéndose frenéticamente y libremente, sin fricción, a una temperatura mayor de un billón de grados, formaban un líquido perfecto sin viscosidad llamado “plasma de partículas”, que no es sólido ni líquido ni gas (un cuarto estado de la materia, el primero en cronología).

    Y dicen que entonces comenzó la guerra, las partículas y las antipartículas comenzaron a aniquilarse entre sí, liberando grandes cantidades de energía, dicen que existía una pequeña porción más de materia que de antimateria y la materia que hoy vemos es el resultado de esa pequeña porción que sobrevivió a la aniquilación.

    Una millonésima parte de un segundo después el punto alcanzó un tamaño de 8 veces el del sistema solar, las partículas comenzaron a desacelerar su frenesí y durante los 3 minutos siguientes se produjo un gran enfriamiento. Dicen que los quarks comenzaron a agruparse de 3 en 3 con los gluones (partícula “mensajera” de la fuerza nuclear fuerte) hasta formar los primeros protones y neutrones, dicen que fue así como se formaron los primeros núcleos atómicos (de hidrógeno y helio) que flotaban sumergidos en una hiperactiva nube de electrones, los primeros fotones colisionaban con estos electrones al tratar de escapar, dando a nuestro punto un aspecto nebuloso con ligeros claro-oscuros que se formaban cuando algún fotón conseguía escapar a la nube.


    380000 años después, el punto, dicen que tenía el tamaño de la vía láctea (100 millones de años luz) y se enfrió desde millones de grados hasta unos pocos miles de grados, el frenético movimiento de los electrones se ralentizó y estos comenzaron a ser capturados por los núcleos atómicos (dando lugar a los primeros átomos de hidrógeno y después de helio), de pronto el punto opaco se tornó transparente se disipó la niebla y un destello de luz, procedente de todas partes, lo inundó todo, los fotones fueron por fin libres (dando lugar a la radiación de fondo de microondas que llega hasta nuestros días, son los primeros fotones que han ido decayendo hacia longitudes de onda muy cortas).

    Con el tiempo, cuentan que el punto continuó enfriándose, expandiéndose y al atenuarse y decaer los primeros fotones, se volvió opaco de nuevo, todo era una, cada vez más densa, nube compuesta de hidrógeno y helio.

    200 millones de años después, dicen que el punto tenía ya 60 billones de años luz, una temperatura de 221 grados bajo cero y era muy oscuro.


    Pero la nube que cubría todo no era completamente homogénea y los átomos de estas nubes se fueron poco a poco agrupando en nubes más pequeñas y más densas, atraídos por su gravedad; se formaron espacios entre las nubes, las nubes se condensaron en filamentos, como los hilos de una telaraña, los filamentos formaron grandes madejas y, al condensarse, aglutinarse y chocar las grandes madejas de gas, el gas se calentó hasta que se formaron las primeras estrellas, donde comenzó la fusión de los átomos de hidrógeno, liberando grandes cantidades de energía que a su vez hacían que estos se fusionaran en átomos más pesados, así se comenzaron a fusionar los átomos de hidrógeno en átomos de helio, estos en átomos de carbono, estos en átomos de magnesio, estos en átomos de neón y hasta que el silicio se fusionó para formar los primeros átomos de hierro.

    Cuentan que así aparecieron las primeras estrellas, todo era un inmenso castillo de fuegos artificiales, grandes destellos de luz surgían multiplicándose por todas partes, y así se hizo la luz por tercera vez en la historia del tiempo.


    500 millones de años después del punto primigenio, gigantescas estrellas (mucho mayores y más calientes que las supergigantes actuales), aún inestables, formaban las primeras galaxias. En sus núcleos, al modo de gigantescos reactores termonucleares, los átomos se fusionaban hasta formar los primeros elementos de la tabla periódica, hasta el hierro, pero el hierro es muy especial, los protones y neutrones dentro de su núcleo están tan fuertemente unidos entre sí que a pesar de las altísimas temperaturas en el núcleo de las estrellas, los núcleos de hierro no se pueden fusionar y siguen siendo hierro.

    Pero esta historia no acabó aquí, después de que las gigantescas estrellas acabasen su vida, su núcleo de hierro (a 4000 millones de grados), cuentan que estaba rodeado por sucesivas capas, cada una formada por átomos más ligeros mirando hacia afuera, al alcanzarse una temperatura y presión enormes en el núcleo, debido al peso de las capas (cada vez mayor) y a la energía liberada de la fusión de los átomos, los núcleos de hierro se desintegraron en protones y neutrones que colapsaron hacia el centro de la estrella, produciéndose una fuerte implosión que liberó la energía más grande y visible que se conoce hoy, dicen que así surgieron las primeras supernovas, las primeras explosiones de estrellas gigantes, y además, cuentan que es así como al pasar la onda expansiva, desde el núcleo a las sucesivas capas de la estrella, esa gran energía, hizo, y hace hoy día, que se formasen los elementos más pesados que el hierro (como el cromo, el zinc, el oro, el platino o el plomo), siendo estos elementos, al explotar la estrella, esparcidos por todos lados, hasta lo más recóndito del espacio.

    Cuentan que al morir las titánicas primeras estrellas, todos los elementos que conocemos, los átomos que forman todo lo que vemos, ya estaban formados.

    (Notas: [1] las estrellas supergigantes suelen acabar sus vidas, después de supernova, como estrellas de neutrones o pulsars, o en ocasiones como algo aún más denso, un agujero negro; es posible que las primeras estrellas supergigantes de los inicios del universo dieran lugar a los superagujeros negros alrededor de los que orbitan las galaxias. [2] el campo ultraprofundo del Hubble ha encontrado galaxias muy tempranas a 13000 millones de años, supuestamente 700 millones de años después del Bigbang, más allá llega un punto en el que aún no había estrellas y no se podrá ver nada.)


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    jueves, 9 de julio de 2009

    Hacia el viaje a Marte en 2020, II


    La ESA y la NASA planean explorar Marte de forma conjunta
    9 julio 2009
    Los pasados días 29 y 30 de Junio el Director de Ciencia y Exploración Robótica de la ESA, David Southwood, se reunió con el Administrador Asociado para Ciencia de la NASA, Ed Weiler, en Plymouth, Reino Unido, para crear un programa de exploración progresiva del Planeta Rojo. El resultado de este encuentro bilateral ha sido un acuerdo para crear la Iniciativa de Exploración Conjunta de Marte (MEJI, siglas en inglés), que proporcionará un marco para que ambas agencias definan sus objetivos tecnológicos y programáticos relativos a Marte.

    Las conversaciones entre la ESA y la NASA empezaron en Diciembre de 2008, después de que el Consejo Ministerial de la ESA recomendara buscar la colaboración internacional para preparar las nuevas misiones robóticas a Marte. Al mismo tiempo la NASA estaba reorganizando su Programa de Exploración de Marte, tras el retraso, de 2009 a 2011, de su misión Mars Science Laboratory.

    Esto proporcionó a la ESA y a la NASA una oportunidad para mejorar la cooperación. Para investigar las opciones en profundidad se creó un grupo de trabajo conjunto ESA/NASA de ingeniería, junto a un panel ejecutivo que dirige el trabajo y emite recomendaciones finales sobre cómo proceder.
    En el encuentro bilateral celebrado en Plymouth el panel ejecutivo ha recomendado a la NASA y la ESA espaciar las oportunidades de lanzamiento en 2016, 2018 y 2020, e incluir en las misiones módulos de aterrizaje y orbitales para investigaciones de astrobiología, geología y geofísica con el objetivo de traer muestras de Marte a la Tierra en 2020. El Director de Ciencia de la ESA y el Administrador Asociado de la NASA han acordado, en principio, crear la Iniciativa y seguir realizando estudios para determinar las arquitecturas de misión conjunta más viables.

    La ESA y la NASA han acordado también crear un equipo conjunto de revisión de arquitectura que ayude a las agencias a planificar la agenda de las misiones. Los estados miembros de la ESA y la Academia Nacional de Ciencias estadounidense revisarán los planes a medida que se desarrollen. Esta colaboración única, en misiones y en tecnologías, sentará las bases de emocionantes descubrimientos en Marte.

    Hacia el viaje a Marte en 2020, I

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    miércoles, 8 de julio de 2009

    carta encíclica CARITAS IN VERITATE (Introducción)

    Benedicto XVI

    a los obispos
    a los presbíteros y diáconos
    a las personas consagradas
    a todos los fieles laicos
    y a todos los hombres
    de buena voluntad

    SOBRE EL DESARROLLO
    HUMANO INTEGRAL
    EN LA CARIDAD Y EN LA VERDAD

    INTRODUCCIÓN

    1. La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad. El amor —« caritas »— es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,22). Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad. Ésta « goza con la verdad » (1 Co 13,6). Todos los hombres perciben el impulso interior de amar de manera auténtica; amor y verdad nunca los abandonan completamente, porque son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano. Jesucristo purifica y libera de nuestras limitaciones humanas la búsqueda del amor y la verdad, y nos desvela plenamente la iniciativa de amor y el proyecto de vida verdadera que Dios ha preparado para nosotros. En Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el Rostro de su Persona, en una vocación a amar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto. En efecto, Él mismo es la Verdad (cf. Jn 14,6).

    2. La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40). Ella da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas. Para la Iglesia —aleccionada por el Evangelio—, la caridad es todo porque, como enseña San Juan (cf. 1 Jn 4,8.16) y como he recordado en mi primera Carta encíclica « Dios es caridad » (Deus caritas est): todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma por ella, y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza.

    Soy consciente de las desviaciones y la pérdida de sentido que ha sufrido y sufre la caridad, con el consiguiente riesgo de ser mal entendida, o excluida de la ética vivida y, en cualquier caso, de impedir su correcta valoración. En el ámbito social, jurídico, cultural, político y económico, es decir, en los contextos más expuestos a dicho peligro, se afirma fácilmente su irrelevancia para interpretar y orientar las responsabilidades morales. De aquí la necesidad de unir no sólo la caridad con la verdad, en el sentido señalado por San Pablo de la « veritas in caritate » (Ef 4,15), sino también en el sentido, inverso y complementario, de « caritas in veritate ». Se ha de buscar, encontrar y expresar la verdad en la « economía » de la caridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad. De este modo, no sólo prestaremos un servicio a la caridad, iluminada por la verdad, sino que contribuiremos a dar fuerza a la verdad, mostrando su capacidad de autentificar y persuadir en la concreción de la vida social. Y esto no es algo de poca importancia hoy, en un contexto social y cultural, que con frecuencia relativiza la verdad, bien desentendiéndose de ella, bien rechazándola.

    3. Por esta estrecha relación con la verdad, se puede reconocer a la caridad como expresión auténtica de humanidad y como elemento de importancia fundamental en las relaciones humanas, también las de carácter público. Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad. Esta luz es simultáneamente la de la razón y la de la fe, por medio de la cual la inteligencia llega a la verdad natural y sobrenatural de la caridad, percibiendo su significado de entrega, acogida y comunión. Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario. La verdad libera a la caridad de la estrechez de una emotividad que la priva de contenidos relacionales y sociales, así como de un fideísmo que mutila su horizonte humano y universal. En la verdad, la caridad refleja la dimensión personal y al mismo tiempo pública de la fe en el Dios bíblico, que es a la vez « Agapé » y « Lógos »: Caridad y Verdad, Amor y Palabra.

    4. Puesto que está llena de verdad, la caridad puede ser comprendida por el hombre en toda su riqueza de valores, compartida y comunicada. En efecto, la verdad es « lógos » que crea « diá-logos » y, por tanto, comunicación y comunión. La verdad, rescatando a los hombres de las opiniones y de las sensaciones subjetivas, les permite llegar más allá de las determinaciones culturales e históricas y apreciar el valor y la sustancia de las cosas. La verdad abre y une el intelecto de los seres humanos en el lógos del amor: éste es el anuncio y el testimonio cristiano de la caridad. En el contexto social y cultural actual, en el que está difundida la tendencia a relativizar lo verdadero, vivir la caridad en la verdad lleva a comprender que la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano integral. Un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales. De este modo, en el mundo no habría un verdadero y propio lugar para Dios. Sin la verdad, la caridad es relegada a un ámbito de relaciones reducido y privado. Queda excluida de los proyectos y procesos para construir un desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre saberes y operatividad.

    5. La caridad es amor recibido y ofrecido. Es « gracia » (cháris). Su origen es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros. Es amor creador, por el que nosotros somos; es amor redentor, por el cual somos recreados. Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y « derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo » (Rm 5,5). Los hombres, destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad.

    La doctrina social de la Iglesia responde a esta dinámica de caridad recibida y ofrecida. Es « caritas in veritate in re sociali », anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad. Dicha doctrina es servicio de la caridad, pero en la verdad. La verdad preserva y expresa la fuerza liberadora de la caridad en los acontecimientos siempre nuevos de la historia. Es al mismo tiempo verdad de la fe y de la razón, en la distinción y la sinergia a la vez de los dos ámbitos cognitivos. El desarrollo, el bienestar social, una solución adecuada de los graves problemas socioeconómicos que afligen a la humanidad, necesitan esta verdad. Y necesitan aún más que se estime y dé testimonio de esta verdad. Sin verdad, sin confianza y amor por lo verdadero, no hay conciencia y responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de lógicas de poder, con efectos disgregadores sobre la sociedad, tanto más en una sociedad en vías de globalización, en momentos difíciles como los actuales.

    6. « Caritas in veritate » es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, un principio que adquiere forma operativa en criterios orien­tadores de la acción moral. Deseo volver a recordar particularmente dos de ellos, requeridos de manera especial por el compromiso para el desarrollo en una sociedad en vías de globalización: la justicia y el bien común.

    Ante todo, la justicia. Ubi societas, ibi ius: toda sociedad elabora un sistema propio de justicia. La caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo « mío » al otro; pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es « suyo », lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo « dar » al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justicia no es extraña a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es « inseparable de la caridad »,[1] intrínseca a ella. La justicia es la primera vía de la caridad o, como dijo Pablo VI, su « medida mínima »,[2] parte integrante de ese amor « con obras y según la verdad » (1 Jn 3,18), al que nos exhorta el apóstol Juan. Por un lado, la caridad exige la justicia, el reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las personas y los pueblos. Se ocupa de la construcción de la « ciudad del hombre » según el derecho y la justicia. Por otro, la caridad supera la justicia y la completa siguiendo la lógica de la entrega y el perdón.[3] La « ciudad del hombre » no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo.

    7. Hay que tener también en gran consideración el bien común. Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese « todos nosotros », formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social.[4] No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz. Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad. Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales. Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis. Ésta es la vía institucional —también política, podríamos decir— de la caridad, no menos cualificada e incisiva de lo que pueda ser la caridad que encuentra directamente al prójimo fuera de las mediaciones institucionales de la pólis. El compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político. Como todo compromiso en favor de la justicia, forma parte de ese testimonio de la caridad divina que, actuando en el tiempo, prepara lo eterno. La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana. En una sociedad en vías de globalización, el bien común y el esfuerzo por él, han de abarcar necesariamente a toda la familia humana, es decir, a la comunidad de los pueblos y naciones,[5] dando así forma de unidad y de paz a la ciudad del hombre, y haciéndola en cierta medida una anticipación que prefigura la ciudad de Dios sin barreras.

    8. Al publicar en 1967 la Encíclica Populorum progressio, mi venerado predecesor Pablo VI ha iluminado el gran tema del desarrollo de los pueblos con el esplendor de la verdad y la luz suave de la caridad de Cristo. Ha afirmado que el anuncio de Cristo es el primero y principal factor de desarrollo [6] y nos ha dejado la consigna de caminar por la vía del desarrollo con todo nuestro corazón y con toda nuestra inteligencia,[7] es decir, con el ardor de la caridad y la sabiduría de la verdad. La verdad originaria del amor de Dios, que se nos ha dado gratuitamente, es lo que abre nuestra vida al don y hace posible esperar en un « desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres »,[8] en el tránsito « de condiciones menos humanas a condiciones más humanas »,[9] que se obtiene venciendo las dificultades que inevitablemente se encuentran a lo largo del camino.

    A más de cuarenta años de la publicación de la Encíclica, deseo rendir homenaje y honrar la memoria del gran Pontífice Pablo VI, retomando sus enseñanzas sobre el desarrollo humano integral y siguiendo la ruta que han trazado, para actualizarlas en nuestros días. Este proceso de actualización comenzó con la Encíclica Sollicitudo rei socialis, con la que el Siervo de Dios Juan Pablo II quiso conmemorar la publicación de la Populorum progressio con ocasión de su vigésimo aniversario. Hasta entonces, una conmemoración similar fue dedicada sólo a la Rerum novarum. Pasados otros veinte años más, manifiesto mi convicción de que la Populorum progressio merece ser considerada como « la Rerum novarum de la época contemporánea », que ilumina el camino de la humanidad en vías de unificación.

    9. El amor en la verdad —caritas in veritate— es un gran desafío para la Iglesia en un mundo en progresiva y expansiva globalización. El riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre los hombres y los pueblos no se corresponda con la interacción ética de la conciencia y el intelecto, de la que pueda resultar un desarrollo realmente humano. Sólo con la caridad, iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un carácter más humano y humanizador. El compartir los bienes y recursos, de lo que proviene el auténtico desarrollo, no se asegura sólo con el progreso técnico y con meras relaciones de conveniencia, sino con la fuerza del amor que vence al mal con el bien
    (cf.
    Rm 12,21) y abre la conciencia del ser humano a relaciones recíprocas de libertad y de responsabilidad.

    La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer [10] y no pretende « de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados ».[11] No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación. Sin verdad se cae en una visión empirista y escéptica de la vida, incapaz de elevarse sobre la praxis, porque no está interesada en tomar en consideración los valores —a veces ni siquiera el significado— con los cuales juzgarla y orientarla. La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad (cf. Jn 8,32) y de la posibilidad de un desarrollo humano integral. Por eso la Iglesia la busca, la anuncia incansablemente y la reconoce allí donde se manifieste. Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable. Su doctrina social es una dimensión singular de este anuncio: está al servicio de la verdad que libera. Abierta a la verdad, de cualquier saber que provenga, la doctrina social de la Iglesia la acoge, recompone en unidad los fragmentos en que a menudo la encuentra, y se hace su portadora en la vida concreta siempre nueva de la sociedad de los hombres y los pueblos. [12]


    ÍNDICE

    INTRODUCCIÓN

    CAPÍTULO PRIMERO

    El mensaje de la Populorum progressio

    CAPÍTULO SEGUNDO

    El desarrollo humano en nuestro tiempo

    CAPÍTULO TERCERO

    Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil

    CAPÍTULO CUARTO

    Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente

    CAPÍTULO QUINTO

    La colaboración de la familia humana

    CAPÍTULO SEXTO

    El desarrollo de los pueblos y la técnica

    CONCLUSIÓN



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    carta encíclica CARITAS IN VERITATE (capítulo 1º)


    CAPÍTULO PRIMERO

    EL MENSAJE
    DE LA POPULORUM PROGRESSIO

    10. A más de cuarenta años de su publicación, la relectura de la Populorum progressio insta a permanecer fieles a su mensaje de caridad y de verdad, considerándolo en el ámbito del magisterio específico de Pablo VI y, más en general, dentro de la tradición de la doctrina social de la Iglesia. Se han de valorar después los diversos términos en que hoy, a diferencia de entonces, se plantea el problema del desarrollo. El punto de vista correcto, por tanto, es el de la Tradición de la fe apostólica,[13] patrimonio antiguo y nuevo, fuera del cual la Populorum progressio sería un documento sin raíces y las cuestiones sobre el desarrollo se reducirían únicamente a datos sociológicos.

    11. La publicación de la Populorum progressio tuvo lugar poco después de la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II. La misma Encíclica señala en los primeros párrafos su íntima relación con el Concilio.[14] Veinte años después, Juan Pablo II subrayó en la Sollicitudo rei socialis la fecunda relación de aquella Encíclica con el Concilio y, en particular, con la Constitución pastoral Gaudium et spes.[15] También yo deseo recordar aquí la importancia del Concilio Vaticano II para la Encíclica de Pablo VI y para todo el Magisterio social de los Sumos Pontífices que le han sucedido. El Concilio profundizó en lo que pertenece desde siempre a la verdad de la fe, es decir, que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo en términos de amor y verdad. Pablo VI partía precisamente de esta visión para decirnos dos grandes verdades. La primera es que toda la Iglesia, en todo su ser y obrar, cuando anuncia, celebra y actúa en la caridad, tiende a promover el desarrollo integral del hombre. Tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia o educación, sino que manifiesta toda su propia capacidad de servicio a la promoción del hombre y la fraternidad universal cuando puede contar con un régimen de libertad. Dicha libertad se ve impedida en muchos casos por prohibiciones y persecuciones, o también limitada cuando se reduce la presencia pública de la Iglesia solamente a sus actividades caritativas. La segunda verdad es queel auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones.[16] Sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Encerrado dentro de la historia, queda expuesto al riesgo de reducirse sólo al incremento del tener; así, la humanidad pierde la valentía de estar disponible para los bienes más altos, para las iniciativas grandes y desinteresadas que la caridad universal exige. El hombre no se desarrolla únicamente con sus propias fuerzas, así como no se le puede dar sin más el desarrollo desde fuera. A lo largo de la historia, se ha creído con frecuencia que la creación de instituciones bastaba para garantizar a la humanidad el ejercicio del derecho al desarrollo. Desafortunadamente, se ha depositado una confianza excesiva en dichas instituciones, casi como si ellas pudieran conseguir el objetivo deseado de manera automática. En realidad, las instituciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos. Este desarrollo exige, además, una visión trascendente de la persona, necesita a Dios: sin Él, o se niega el desarrollo, o se le deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la auto-salvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado. Por lo demás, sólo el encuentro con Dios permite no « ver siempre en el prójimo solamente al otro »,[17] sino reconocer en él la imagen divina, llegando así a descubrir verdaderamente al otro y a madurar un amor que « es ocuparse del otro y preocuparse por el otro ».[18]

    12. La relación entre la Populorum progressio y el Concilio Vaticano II no representa un fisura entre el Magisterio social de Pablo VI y el de los Pontífices que lo precedieron, puesto que el Concilio profundiza dicho magisterio en la continuidad de la vida de la Iglesia.[19] En este sentido, algunas subdivisiones abstractas de la doctrina social de la Iglesia, que aplican a las enseñanzas sociales pontificias categorías extrañas a ella, no contribuyen a clarificarla. No hay dos tipos de doctrina social, una preconciliar y otra postconciliar, diferentes entre sí, sino una única enseñanza, coherente y al mismo tiempo siempre nueva.[20] Es justo señalar las peculiaridades de una u otra Encíclica, de la enseñanza de uno u otro Pontífice, pero sin perder nunca de vista la coherencia de todo el corpus doctrinal en su conjunto.[21] Coherencia no significa un sistema cerrado, sino más bien la fidelidad dinámica a una luz recibida. La doctrina social de la Iglesia ilumina con una luz que no cambia los problemas siempre nuevos que van surgiendo.[22] Eso salvaguarda tanto el carácter permanente como histórico de este « patrimonio » doctrinal [23] que, con sus características específicas, forma parte de la Tradición siempre viva de la Iglesia.[24] La doctrina social está construida sobre el fundamento transmitido por los Apóstoles a los Padres de la Iglesia y acogido y profundizado después por los grandes Doctores cristianos. Esta doctrina se remite en definitiva al hombre nuevo, al « último Adán, Espíritu que da vida » (1 Co 15,45), y que es principio de la caridad que « no pasa nunca » (1 Co 13,8). Ha sido atestiguada por los Santos y por cuantos han dado la vida por Cristo Salvador en el campo de la justicia y la paz. En ella se expresa la tarea profética de los Sumos Pontífices de guiar apostólicamente la Iglesia de Cristo y de discernir las nuevas exigencias de la evangelización. Por estas razones, la Populorum progressio, insertada en la gran corriente de la Tradición, puede hablarnos todavía hoy a nosotros.

    13. Además de su íntima unión con toda la doctrina social de la Iglesia, la Populorum progressio enlaza estrechamente con el conjunto de todo el magisterio de Pablo VI y, en particular, con su magisterio social. Sus enseñanzas sociales fueron de gran relevancia: reafirmó la importancia imprescindible del Evangelio para la construcción de la sociedad según libertad y justicia, en la perspectiva ideal e histórica de una civilización animada por el amor. Pablo VI entendió claramente que la cuestión social se había hecho mundial [25] y captó la relación recíproca entre el impulso hacia la unificación de la humanidad y el ideal cristiano de una única familia de los pueblos, solidaria en la común hermandad. Indicó en el desarrollo, humana y cristianamente entendido, el corazón del mensaje social cristiano y propuso la caridad cristiana como principal fuerza al servicio del desarrollo. Movido por el deseo de hacer plenamente visible al hombre contemporáneo el amor de Cristo, Pablo VI afrontó con firmeza cuestiones éticas importantes, sin ceder a las debilidades culturales de su tiempo.

    14. Con la Carta apostólica Octogesima adveniens, de 1971, Pablo VI trató luego el tema del sentido de la política y el peligro que representaban las visiones utópicas e ideológicas que comprometían su cualidad ética y humana. Son argumentos estrechamente unidos con el desarrollo. Lamentablemente, las ideologías negativas surgen continuamente. Pablo VI ya puso en guardia sobre la ideología tecnocrática,[26] hoy particularmente arraigada, consciente del gran riesgo de confiar todo el proceso del desarrollo sólo a la técnica, porque de este modo quedaría sin orientación. En sí misma considerada, la técnica es ambivalente. Si de un lado hay actualmente quien es propenso a confiar completamente a ella el proceso de desarrollo, de otro, se advierte el surgir de ideologías que niegan in toto la utilidad misma del desarrollo, considerándolo radicalmente antihumano y que sólo comporta degradación. Así, se acaba a veces por condenar, no sólo el modo erróneo e injusto en que los hombres orientan el progreso, sino también los descubrimientos científicos mismos que, por el contrario, son una oportunidad de crecimiento para todos si se usan bien. La idea de un mundo sin desarrollo expresa desconfianza en el hombre y en Dios. Por tanto, es un grave error des-
    preciar las capacidades humanas de controlar las desviaciones del desarrollo o ignorar incluso que el hombre tiende constitutivamente a « ser más ». Considerar ideológicamente como absoluto el progreso técnico y soñar con la utopía de una humanidad que retorna a su estado de naturaleza originario, son dos modos opuestos para eximir al progreso de su valoración moral y, por tanto, de nuestra responsabilidad.

    15. Otros dos documentos de Pablo VI, aunque no tan estrechamente relacionados con la doctrina social —la Encíclica Humanae vitae, del 25 de julio de 1968, y la Exhortación apostólicaEvangelii nuntiandi, del 8 de diciembre de 1975— son muy importantes para delinear el sentido plenamente humano del desarrollo propuesto por la Iglesia. Por tanto, es oportuno leer también estos textos en relación con la Populorum progressio.

    La Encíclica Humanae vitae subraya el sentido unitivo y procreador a la vez de la sexualidad, poniendo así como fundamento de la sociedad la pareja de los esposos, hombre y mujer, que se acogen recíprocamente en la distinción y en la complementariedad; una pareja, pues, abierta a la vida.[27] No se trata de una moral meramente individual: la Humanae vitae señala losfuertes vínculos entre ética de la vida y ética social, inaugurando una temática del magisterio que ha ido tomando cuerpo poco a poco en varios documentos y, por último, en la
    Encíclica
    Evangelium vitae de Juan Pablo II.[28]
    La Iglesia propone con fuerza esta relación entre ética de la vida y ética social, consciente de que « no puede tener bases sólidas, una sociedad que —mientras afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz— se contradice radicalmente aceptando y tolerando las más variadas formas de menosprecio y violación de la vida humana, sobre todo si es débil y marginada ».[29]

    La Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi guarda una relación muy estrecha con el desarrollo, en cuanto « la evangelización —escribe Pablo VI— no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre ».[30] « Entre evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación) existen efectivamente lazos muy fuertes »: [31] partiendo de esta convicción, Pablo VI aclaró la relación entre el anuncio de Cristo y la promoción de la persona en la sociedad. El testimonio de la caridad de Cristo mediante obras de justicia, paz y desarrollo forma parte de la evangelización, porque a Jesucristo, que nos ama, le interesa todo el hombre. Sobre estas importantes enseñanzas se funda el aspecto misionero [32] de la doctrina social de la Iglesia, como un elemento esencial de evangelización.[33] Es anuncio y testimonio de la fe. Es instrumento y fuente imprescindible para educarse en ella.

    16. En la Populorum progressio, Pablo VI nos ha querido decir, ante todo, que el progreso, en su fuente y en su esencia, es una vocación: « En los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación ».[34] Esto es precisamente lo que legitima la intervención de la Iglesia en la problemática del desarrollo. Si éste afectase sólo a los aspectos técnicos de la vida del hombre, y no al sentido de su caminar en la historia junto con sus otros hermanos, ni al descubrimiento de la meta de este camino, la Iglesia no tendría por qué hablar de él. Pablo VI, como ya León XIII en la Rerum novarum,[35] era consciente de cumplir un deber propio de su ministerio al proyectar la luz del Evangelio sobre las cuestiones sociales de su tiempo.[36]

    Decir que el desarrollo es vocación equivale a reconocer, por un lado, que éste nace de una llamada trascendente y, por otro, que es incapaz de darse su significado último por sí mismo. Con buenos motivos, la palabra « vocación » aparece de nuevo en otro pasaje de la Encíclica, donde se afirma: « No hay, pues, más que un humanismo verdadero que se abre al Absoluto en el reconocimiento de una vocación que da la idea verdadera de la vida humana ».[37] Esta visión del progreso es el corazón de la Populorum progressio y motiva todas las reflexiones de Pablo VI sobre la libertad, la verdad y la caridad en el desarrollo. Es también la razón principal por lo que aquella Encíclica todavía es actual en nuestros días.

    17. La vocación es una llamada que requiere una respuesta libre y responsable. El desarrollo humano integral supone la libertad responsable de la persona y los pueblos: ninguna estructura puede garantizar dicho desarrollo desde fuera y por encima de la responsabilidad humana. Los « mesianismos prometedores, pero forjados de ilusiones »[38] basan siempre sus propias propuestas en la negación de la dimensión trascendente del desarrollo, seguros de tenerlo todo a su disposición. Esta falsa seguridad se convierte en debilidad, porque comporta el sometimiento del hombre, reducido a un medio para el desarrollo, mientras que la humildad de quien acoge una vocación se transforma en verdadera autonomía, porque hace libre a la persona. Pablo VI no tiene duda de que hay obstáculos y condicionamientos que frenan el desarrollo, pero tiene también la certeza de que « cada uno permanece siempre, sean los que sean los influjos que sobre él se ejercen, el artífice principal de su éxito o de su fracaso ».[39] Esta libertad se refiere al desarrollo que tenemos ante nosotros pero, al mismo tiempo, también a las situaciones de subdesarrollo, que no son fruto de la casualidad o de una necesidad histórica, sino que dependen de la responsabilidad humana. Por eso, « los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos ».[40] También esto es vocación, en cuanto llamada de hombres libres a hombres libres para asumir una responsabilidad común. Pablo VI percibía netamente la importancia de las estructuras económicas y de las instituciones, pero se daba cuenta con igual claridad de que la naturaleza de éstas era ser instrumentos de la libertad humana. Sólo si es libre, el desarrollo puede ser integralmente humano; sólo en un régimen de libertad responsable puede crecer de manera adecuada.

    18. Además de la libertad, el desarrollo humano integral como vocación exige también que se respete la verdad. La vocación al progreso impulsa a los hombres a « hacer, conocer y tener más para ser más ».[41] Pero la cuestión es: ¿qué significa « ser más »? A esta pregunta, Pablo VI responde indicando lo que comporta esencialmente el « auténtico desarrollo »: « debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre ».[42] En la concurrencia entre las diferentes visiones del hombre que, más aún que en la sociedad de Pablo VI, se proponen también en la de hoy, la visión cristiana tiene la peculiaridad de afirmar y justificar el valor incondicional de la persona humana y el sentido de su crecimiento. La vocación cristiana al desarrollo ayuda a buscar la promoción de todos los hombres y de todo el hombre. Pablo VI escribe: « Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera ».[43] La fe cristiana se ocupa del desarrollo, no apoyándose en privilegios o posiciones de poder, ni tampoco en los méritos de los cristianos, que ciertamente se han dado y también hoy se dan, junto con sus naturales limitaciones,[44]sino sólo en Cristo, al cual debe remitirse toda vocación auténtica al desarrollo humano integral.El Evangelio es un elemento fundamental del desarrollo porque, en él, Cristo, « en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre ».[45] Con las enseñanzas de su Señor, la Iglesia escruta los signos de los tiempos, los interpreta y ofrece al mundo « lo que ella posee como propio: una visión global del hombre y de la humanidad ».[46] Precisamente porque Dios pronuncia el « sí » más grande al hombre,[47] el hombre no puede dejar de abrirse a la vocación divina para realizar el propio desarrollo. La verdad del desarrollo consiste en su totalidad: si no es de todo el hombre y de todos los hombres, no es el verdadero desarrollo. Éste es el mensaje central de la Populorum progressio, válido hoy y siempre. El desarrollo humano integral en el plano natural, al ser respuesta a una vocación de Dios creador,[48] requiere su autentificación en « un humanismo trascendental, que da [al hombre] su mayor plenitud; ésta es la finalidad suprema del desarrollo personal ».[49] Por tanto, la vocación cristiana a dicho desarrollo abarca tanto el plano natural como el sobrenatural; éste es el motivo por el que, « cuando Dios queda eclipsado, nuestra capacidad de reconocer el orden natural, la finalidad y el “bien”, empieza a disiparse ».[50]

    19. Finalmente, la visión del desarrollo como vocación comporta que su centro sea la caridad. En la Encíclica Populorum progressio, Pablo VI señaló que las causas del subdesarrollo no son principalmente de orden material. Nos invitó a buscarlas en otras dimensiones del hombre. Ante todo, en la voluntad, que con frecuencia se desentiende de los deberes de la solidaridad. Después, en el pensamiento, que no siempre sabe orientar adecuadamente el deseo. Por eso, para alcanzar el desarrollo hacen falta « pensadores de reflexión profunda que busquen un humanismo nuevo, el cual permita al hombre moderno hallarse a sí mismo ».[51] Pero eso no es todo. El subdesarrollo tiene una causa más importante aún que la falta de pensamiento: es « la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos ».[52] Esta fraternidad, ¿podrán lograrla alguna vez los hombres por sí solos? La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos. La razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad. Ésta nace de una vocación transcendente de Dios Padre, el primero que nos ha amado, y que nos ha enseñado mediante el Hijo lo que es la caridad fraterna. Pablo VI, presentando los diversos niveles del proceso de desarrollo del hombre, puso en lo más alto, después de haber mencionado la fe, « la unidad de la caridad de Cristo, que nos llama a todos a participar, como hijos, en la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres ».[53]

    20. Estas perspectivas abiertas por la Populorum progressio siguen siendo fundamentales para dar vida y orientación a nuestro compromiso por el desarrollo de los pueblos. Además, laPopulorum progressio subraya reiteradamente la urgencia de las reformas [54] y pide que, ante los grandes problemas de la injusticia en el desarrollo de los pueblos, se actúe con valor y sin demora. Esta urgencia viene impuesta también por la caridad en la verdad. Es la caridad de Cristo la que nos impulsa: « caritas Christi urget nos » (2 Co 5,14). Esta urgencia no se debe sólo al estado de cosas, no se deriva solamente de la avalancha de los acontecimientos y problemas, sino de lo que está en juego: la necesidad de alcanzar una auténtica fraternidad. Lograr esta meta es tan importante que exige tomarla en consideración para comprenderla a fondo y movilizarse concretamente con el « corazón », con el fin de hacer cambiar los procesos económicos y sociales actuales hacia metas plenamente humanas.


    ÍNDICE

    INTRODUCCIÓN

    CAPÍTULO PRIMERO

    El mensaje de la Populorum progressio

    CAPÍTULO SEGUNDO

    El desarrollo humano en nuestro tiempo

    CAPÍTULO TERCERO

    Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil

    CAPÍTULO CUARTO

    Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente

    CAPÍTULO QUINTO

    La colaboración de la familia humana

    CAPÍTULO SEXTO

    El desarrollo de los pueblos y la técnica

    CONCLUSIÓN



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