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viernes, 26 de junio de 2009

Una virtud esencial, para la unidad con Dios y con el prójimo

San Pablo lo indica en sus cartas cuando anima a los cristianos a amarse recíprocamente para edificar la unidad.

“La virtud que une el alma a Dios –continúan los apuntes- …es la humildad, la anulación de uno mismo. La mínima pizca de lo humano que no se deje asumir por lo divino, rompe la unidad con graves consecuencias. La unidad del alma con Dios, que vive en ella, presupone la anulación total, la humildad más heroica…

La unidad con las demás almas se alcanza, además, por medio de la humildad: aspirar constantemente al “primado” poniéndose lo más posible a servir al prójimo.

Cualquier alma que quiera realizar la unidad debe tener un solo derecho: servir a todos porque en todos sirve a Dios…

Como dice San Pablo: “siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda” (1Co 9, 19). El alma que quiera llevar la unidad debe mantenerse constantemente en un abismo de humildad capaz de perder, a favor y al servicio de Dios en el prójimo, hasta su alma.

No vuelve a entrar en sí misma si no es para encontrarse con Dios y rezar por los hermanos y por ella misma.

Vive constantemente “vacía” porque está totalmente “enamorada” de la voluntad de Dios… Enamorada de la voluntad del prójimo, al que quiere servir por Dios. Un siervo no hace más que lo que el patrón manda.”

“Si todos los hombres, o por lo menos un grupo de hombres, aunque sea exiguo, fuesen verdaderos siervos de Dios en el “prójimo”, pronto el mundo sería de Cristo”.

Chiara Lubich

(de unos apuntes del 1946, en el libro “La Unidad y Jesús Abandonado”)

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